Toda la información que gira en torno al coronavirus puede estar sujeta a especulaciones, ya que es un tema en estudio. Sin embargo, gracias a los análisis de los casos de personas recuperadas, se ha logrado evidenciar información interesante acerca de los efectos que se producen como consecuencia de la enfermedad.
Hemos empezado a escuchar sobre el término Long COVID, el cual hace referencia a las consecuencias que se generan posteriormente a superar los síntomas iniciales en un paciente infectado con COVID-19.
Según los estudios, los principales efectos que se mantienen en el organismo a largo plazo suelen ser fatiga, cansancio, falta de concentración, dolores musculares, dolor en el pecho, ahogo, ansiedad y hasta depresión.
Aunque ésta no es una reacción que suele afectar a todas las personas, se ha notado que en algunos pacientes estos síntomas se mantienen a largo plazo. Aun cuando ya no se note presencia de fiebre o síntomas evidentes del virus.
¿Cuándo se empiezan a notar los síntomas a largo plazo?
La realidad es que muchos pacientes solo notan una pequeña mejoría después de los síntomas iniciales y enseguida empiezan a sufrir de estas consecuencias.
Por lo general, un paciente con COVID-19 leve puede recuperarse en dos semanas y podría no sufrir de consecuencias a largo plazo.
Sin embargo, los casos más fuertes han mostrado que la persistencia del virus es tal que estos efectos se prolongan hasta 12 semanas o más.
¿Qué hacer?
En la actualidad aún no se tiene conocimiento de cómo evitar estos efectos o las razones que producen esta persistencia viral, que provoca que algunos organismos se vean afectados mientras que otros no. Por ello, lo recomendable si llegas a padecer de estos efectos, es tomar con calma las tareas diarias, segmentándolas de acuerdo al nivel de complejidad. De esta manera se evita generar exigencias físicas excesivas al organismo, ayudando a controlar estos síntomas que causan malestar.