Dejar de fumar suele ser uno de los propósitos que se hacen los fumadores cada 1 de enero.
A estas alturas solo unos cuantos de los que lo intentaron en 2015 podrán presumir de estar cumpliendo su objetivo, lo cual automáticamente se habrá traducido en una mejora evidente de su salud.
Y es que librarse del tabaco tiene multitud de consecuencias positivas para nuestro organismo, las cuales van llegando de forma progresiva.
Por ejemplo, tras 20 minutos sin fumar la tensión arterial y el pulso vuelven a lar normalidad, mientras que a las 8 horas el monóxido de carbono presente en la sangre empieza a disminuir.
A los 2 días ya no quedan rastros de monóxido de carbono y nicotina en el torrente sanguíneo y a los 2 o 3 días ya prácticamente no hay mucosidad en las vías respiratorias.
Tras una semana se notan mejorías en los sentidos del olfato y el gusto y se tienen unos dientes más limpios; y a las 3 semanas ya no hay tanto síndrome de abstinencia y los riesgos de trombosis se reducen.
A las 4 semanas los pulmones ya son más fuertes y se aprecia menos fatiga y más energía.
Tras 2 ó 3 meses la función pulmonar ha mejorado un 5% y al año se dividen entre dos el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares derivadas de esta práctica.
Bastante después, a los 2 ó 3 años, los riesgos de los ataques al corazón, angina de pecho o problemas cardiovasculares son bastante menores y ya no hay tendencia a padecer neumonía o gripe.
En 5 años los riesgos de cáncer de garganta, esófago o vegija se han reducido a la mitad y unos años después también disminuyen las probabilidades de padecer cáncer de pulmón, laringe y páncreas.
Y después de 15 ó 25 años los riesgos de padecer estas enfermedades son los mismos que en los no fumadores, aunque en el caso de los ex fumadores empedernidos (mínimo 20 cigarrillos al día) las probabilidades de padecer cáncer de pulmón serán el doble de las normales durante toda su vida.