El apéndice, ese órgano considerado durante mucho tiempo un vestigio inservible de nuestros antepasados, deberá dejar de ser tachado de «inútil» tras el reciente descubrimiento anunciado por investigadores de la Universidad de Duke.
En el sistema digestivo humano viven numerosas bacterias que nos ayudan a digerir los alimentos.
Cuando, debido a una infección como el cólera o la disentería, todo el contenido de los intestinos se expulsa, la flora bacteriana natural desaparece, y nuestra vida peligra.
En esas circunstancias, dice el cirujano William Parker, el apéndice actúa como un «repositorio» que regenera nuestra flora intestinal.
«Son muchas las evidencias de que el apéndice es un lugar donde las bacterias beneficiosas pueden vivir a salvo hasta que las necesitamos», asegura Parker, que ha identificado importantes células del sistema inmune en las paredes de este órgano.
Según Parker, en sociedades industrializadas el mantenimiento de estas bacterias no es tan necesario como en países del tercer mundo, donde enfermedades como el cólera están a la orden del día.
Además, Parker subraya que la frecuencia de la apendicitis en el mundo occidental podría explicarse mediante la popular «hipótesis de la higiene».
Según esta hipótesis, el actual aumento de las alergias y de la autoinmunidad se debe a que, mientras crecemos, no entramos en contacto con suciedad ni con las bacterias normales del ambiente, lo que impide que nuestro sistema inmunitario se desarrolle plenamente y provoca una reacción excesiva de las defensas contra irritantes menores como el polen.
«Un sistema inmune sobre reactivo podría desencadenar la inflamación intestinal asociada con la apendicitis», puntualiza el investigador.
Además de los humanos, los únicos mamíferos conocidos que tienen apéndice son el conejo, el wombat australiano y la zarigüeya, y en todos los casos son muy diferentes del nuestro.