El 2 de septiembre de 1945 pasó a los anales de la historia por ser el día en el que finalizó oficialmente la II Guerra Mundial tras la firma por parte de Japón de su acta de capitulación.
Sin embargo, un subteniente japonés, Hiroo Onoda, se negó a aceptar la realidad y durante 29 años mantuvo sus armas en el escondite que habitó en una montaña de la isla de Lubang, situada a 112 kilómetros al sur de Manila (Filipinas).
Al parecer, el militar había recibido la orden de no rendirse jamás y aguantar hasta la llegada de refuerzos, por lo que en 1944 llegó a la isla junto a tres soldados de su ejército para introducirse en las líneas enemigas y llevar a cabo misiones de vigilancia.
En 1945 recibió la orden del emperador Hirohito de entregarse a los aliados, pero el empeño de Onoda provocó que durante años estuviera junto a sus tres hombres en la isla sobreviviendo gracias a plátanos, mangos y las piezas que cazaban.
En 1950 uno de sus soldados desertó y regresó a su país, de manera que varias expediciones japonesas intentaron encontrar a los otros tres hombres, pero sin fortuna.
En 1959 el gobierno nipón cesó la búsqueda al pensar que habían muerto, pero Onoda no dio señales de vida hasta que en 1972 murió su último soldado en una escaramuza con las tropas filipinas.
Así, Tokio envió a la isla familiares del suboficial para convencerle de que regresara a su país, pero los esfuerzos no sirvieron para nada.
Solo la orden del ex comandante Yoshimi Taniguchi logró convencer a Onoda dos años después, por lo que se rindió en 1974 y aseguró «victoria o derrota, yo he hecho lo que he podido».
Recientemente su historia volvió a la primera plana por su fallecimiento, ya que este terco militar japonés murió en enero pasado a los 91 años de edad.