El fallecido Nelson Mandela pasó 27 de sus 95 años de vida en la cárcel.
En 1956 fue acusado de alta traición por un supuesto intento de golpe de Estado, aunque fue declarado inocente. Sin embargo, el proceso provocó la ilegalización de su partido, el Congreso Nacional Africano (CNA); por lo que el político empezó a trabajar desde la clandestinidad y creó un brazo armado del partido con el que viajó por todo el continente, encontrándose con diferentes líderes africanos.
En 1961 fue elegido secretario honorario del Congreso de Acción Nacional de Todo África, un movimiento clandestino que aceptaba el sabotaje como forma de lucha contra el régimen de la República Sudafricana.
Así, retornó al país en 1962 con el objetivo de reorganizar el partido a nivel político, pero fue detenido y condenado a cinco años de cárcel por huir de forma ilegal del país. Más tarde, en 1964 fue condenado a cadena perpetua en el Juicio de Rivonia por sabotaje y conspiración.
Por tanto, pasó un total de 27 años en la cárcel, 18 de ellos en el recinto de Robben Island. Portó el número 466/64, el cual se acabó por convertir en símbolo de su lucha por la igualdad racial.
Durante más de dos décadas el régimen sudafricano rechazó la posibilidad de liberarle a pesar de las presiones internacionales e incluso le llegó a ofrecer la libertad en 1984 a cambio de vivir en uno de los sectores marcados por el apartheid, pero él se mantuvo firme en sus ideales y no se mostró dispuesto a aceptar una propuesta que favorecía la segregación.
Sin embargo, la muerte en 1989 del presidente Botha provocó la llegada al poder de Frederik De Klerk, quien acabó por ceder y empezó a acabar con la segregación racial. Mandela fue liberado en 1990 y partir de entonces se convirtió en uno de los hombres clave en el proceso de democratización del país que culminaría con su elección como presidente en 1994.