El frío, el miedo o la emoción comparten una facultad: la de ser capaces de ponernos la ‘piel de gallina’.
Se trata de un fenómeno muy habitual que se puede producir en cualquiera de las tres situaciones comentadas anteriormente y que se genera de forma involuntaria.
Esto se debe a que es un reflejo heredado de los ancestros de la humanidad, el cual se basa en los llamados ‘músculos erectores u horripiladores’ que están asociados a cada uno de nuestros pelos.
Se localizan en su raíz, de manera que cuando este músculo se contrae provoca que el pelo se erice y se dilate su poro, algo que ocurre cuando el sistema nervioso se lo indica tras ser estimulado externamente por el frío, el miedo o algo que nos emociona.
Actualmente lo habitual es que las personas no tengan mucho pelo sobre el cuerpo, pero siguen experimentando esta sensación por tratarse de un reflejo heredado.
En el caso de los primeros seres humanos todo este proceso servía para generar una bolsa de aire aislante que les protegía del frío, así como para incrementar su tamaño al expandir su pelo, lo que les hacía parecer más grandes y temibles.
Aunque, curiosamente, la Ciencia todavía no ha averiguado por qué las emociones también son capaces de provocarnos esta reacción en nuestro cuerpo. De ahí que muchas veces se diga que los sentimientos también pueden estar ‘a flor de piel’.
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