Cuando se prepara un fármaco para ser inyectado, es inevitable que diminutas burbujas de aire se cuelen en la jeringa.
Si no se toma la precaución de hacerlas salir con unos golpecitos, entrarán en el sistema circulatorio, donde, dependiendo de su volumen (llega a ser mortal a partir de 50 cm3) podrían llegar a obstruir el flujo de sangre.
Es lo que se conoce como embolia gaseosa, y según el lugar donde se produzca, los efectos serán más o menos graves.
Por ejemplo, es más peligroso si el aire bloquea una arteria que una vena, ya que se detiene el aporte de nutrientes y oxígeno en el tejido u órgano irrigado por esta.
Si la interrupción se prolonga en el tiempo y afecta a un órgano vital, este acabará por morirse.
Una burbuja en una arteria que llega al corazón podría provocar un infarto, y en una del cerebro, un ictus o accidente cerebro vascular, cuyas consecuencias dependerán de la zona afectada.
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