La gula, uno de los siete pecados capitales que más placer dan. A unos más que a otros, como en el caso del rey Adolfo Federico de Suecia.
Este hombre era de buen comer, le encantaba tanto que, como dice el refrán, era más barato comprarle un traje que invitarle a cenar.
A tal punto llevó su pasión por la comida que una noche se zampó langosta, caviar, chucrut, sopa de repollo, ciervo ahumado, champaña y catorce platos de su postre preferido: Pan crujiente de semitas relleno de mazapán y leche sólo para cenar una noche.
Tras terminar el copioso banquete, tuvo un problema digestivo.
El rey murió comiendo como un rey.
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