El filósofo, político y científico británico Francis Bacon (1561-1626) llevó al extremo su pasión por su trabajo, pues el mismo acabó por costarle la vida.
Para él un día de nieve en Londres era idóneo para experimentar, por lo que aprovechó una mañana de 1626 que la ciudad se había despertado cubierta por un manto blanco para investigar la acción del frío en la descomposición de los cadáveres.
Ni corto ni perezoso salió a la calle con el objetivo de enterrar un pollo entre la nieve, pero tan preocupado estaba con su trabajo que olvidó abrigarse de forma conveniente.
A los pocos días de regresar a casa enfermó de gripe y la enfermedad se complicó hasta acabar en una neumonía fatal para su vida. Con 65 años moría uno de los mayores genios de la época, y todo por querer enterrar a un pollo en la nieve.
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