Los milagros también existen y si no, que se lo digan al piloto austríaco de F-1 Niki Lauda. En el Gran Premio de Alemania de 1976, el corredor perdió el control de su Ferrari en la segunda vuelta y se estrelló contra las barreras. Todo hacía presagiar la peor de las noticias, pues primero una bola de fuego envolvió al coche y después otro piloto lo embistió brutalmente a gran velocidad. Tal fue el el impacto que incluso el casco del piloto llegó a romperse.
Cinco espectadores, cuatro pilotos y un policía corrieron para sacar a Lauda del coche. La rapidez de su acción permitió que el europeo saliera con vida, aunque con graves quemaduras de primer grado en las manos y la cabeza, además de varios huesos rotos y los pulmones envenenados de gases tóxicos. Tan grave fue su situación que en el hospital un sacerdote le llegó a dar la extremaunción. Sin embargo, Niki demostró la pasta de la que estaba hecho y en seis meses ya estaba compitiendo de nuevo. Ese GP de Italia lo acabó en cuarta plaza y con los vendajes que llevaba empapados en sangre. Ocho años después, en 1984, coronaría su carrera con su tercer Mundial de F-1.
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