El compositor Ludwig van Betthoven (1770-1827) tenía una peculiar costumbre a la hora de sentarse a crear sus piezas musicales.
Se cuenta que instantes antes de ponerse a trabajar sumergía su cabeza en agua fría con el objetivo de despejarse y mejorar su concentración.
El alemán pensaba que este sistema contribuía a activar todos sus sentidos, de forma que el agua le ‘despertaba’ y le hacía estar más vivo para crear sus inmortales melodías.